En estos días miles de padres salimos a los centros comerciales para ver cómo son esos juguetes monstruosos que los niños piden a Papa Nöel y los Reyes Magos. A mis hijos les explico que no todo lo que desean tener es posible. Ellos asienten entre la resignación y la esperanza.
Cuando entro en las jugueterías me encuentro con que lo que escribo es pura realidad: A pesar de la crisis, el consumo es tal que los juguetes estrella de estas navidades ya no están disponibles y cuanto menos educativos, más difíciles de encontrar. Tomo como ejemplo la muñeca Monster High y todo su universo, una especie de Lolita erótico-vampiresa, con colmillos draculinos y curvas sinuosas cuyo aspecto sensual premeditado por el fabricante incita inconscientemente a las niñas a introducirse en el mundo adulto de la atracción prematura entre preadolescentes. Sus armas: la envidia, el gusto por una imagen exagerada, minifalda, taconazos, bocas y ojos repintados para ellas, y para ellos cazadoras sin mangas, cresta, gafas de sol y aspecto de matón de High School.
“Estamos divinas de la muerte”, reza su etiqueta o su página web. Es el juguete del año, una derivada de la moda Vamp que tanto embriaga a los niños y niñas que están a punto de dejar de serlo. Bueno, sé que es la llamada de la selva para ellos, como lo fue en su día para mí, aunque en mi selva había más árboles, más lianas, un balón en un descampado y una buena pandilla real, no virtual.
Voy de un centro comercial a otro. En todos pasa lo mismo, esas muñecas se han agotado. Hay lista de espera, subastas en Internet y gente madrugando para entrar en la juguetería que dice tener alguna de ellas. Me debato entre satisfacer a mi hija o explicarle lo divertidos que son los juegos de mesa con los que pasamos ratos de invierno inolvidables.
Me la llevo a ella y a su hermano a las tiendas de juegos educativos, donde hay juguetes para plantar huertos con semillas, desenterrar dinosaurios, construir casas de muñecas y mecanos espectaculares. Les gustan, se implican, se divierten, se olvidan de todo por unas horas montando un T-Rex, regando mini plantas o haciendo un avión con patas pero se miran de reojo entre ellos cuando hojean las catálogos de los monstruos y suspiran.