A pesar de la crisis, no voy a proponerles el turismo interior del alma. No, de momento. Estamos mal pero no tanto. Hay mucho por ver ahí fuera como para que gastemos nuestro tiempo libre en quedarnos todo el fin de semana meditando sobre el suelo con las piernas cruzadas haciendo aauuumm, como los yoguis.
Mi propuesta viene con la llegada de FITUR 2012 a Madrid y su amplia oferta ajustada a los tiempos que corren. Para muchos, para casi todos los que vivimos un poco lejos de una gran ciudad, hay mucho que ver incluso fuera de ella. Y además si el destino es barato y está cerca, mejor.
Quizá sea este el año para conocer sin vergüenza lo más cercano y que alguien de fuera no nos saque los colores por no conocer lo nuestro y preocuparnos por lo de fuera, algo, por otra parte, tipicamente español.
Sharing is loving (compartir es amar) decía hace un año un stand de promoción para animarnos a ir a unos bungalows compartidos entre familias en Nueva Zelanda. ¡Hombre!, hemos quedado que no nos iríamos tan lejos. Por eso propongo echar un ojo a nuestra zona, cada uno la suya, animar a consumir un poco en ella y disfrutar este seco invierno de los mesones, en mi caso castellanos, y casas rurales para dos o más familias.
Les pongo un ejemplo del oeste de Madrid, pero vale cualquier otro. La cuestión es visitar lugares tan cercanos e históricos que sólo con una crisis como ésta se nos ocurriría conocer. Lugares para perderse, pero no para perdérselos. Ahí va y que cada uno haga ahora su propia ruta, viva en Madrid, Sevilla, San Francisco, Londres o Moscú. Mi ruta anticrisis ha sido:
la senda de El Yelmo en San Martín de Valdeiglesias, la de la Dehesa de Navalquejigo de Fresnedillas de la Oliva, la Peña del Águila en Santa María de la Alameda y por supuesto las rutas que recorren los ríos Cofio, Alberche y Perales. Y si me apuran, haré turismo local “lejano”, llegándome hasta Cenicientos, donde los coruchos quizá me enseñen con orgullo la Iglesia gótica de San Esteban Protomártir, del siglo XV. Una joya declarada Bien de Interés Cultural, cuya existencia yo desconocía como tantas otras cosas que tenía cerca y cuya autoría aún investigan los historiadores de arte.
Una confidencia turística para los que me sigan: acérquense al presbiterio. Tiene una cubierta que sobresale por encima de la nave. Quédense en silencio. Respiren hondo. No cuesta dinero. Quién sabe, a lo mejor pueden empezar, ahora sí, su viaje de turismo interior. Auummmmm...