Llega el verano. Como cada año, más atractivo en su preludio que en su desarrollo. Se abre de nuevo una de esas páginas especiales del curso, como la del 1 de enero, la del primer día de Semana Santa o la de la vuelta al cole. Cada una a su estilo, esas páginas especiales nos invitan por un momento a pensar en lo que hemos hecho y en lo que tenemos por delante.
He pensado en renunciar a los buenos propósitos que pocas veces se cumplen si van precedidos de ceremoniosas promesas. Quizá sea mejor tener sólo uno: mantener el equilibrio. Todo es cuestión de equilibrio y sin duda es el más genérico y difícil de los ejercicios.
En un año de crisis perdurable en el tiempo, será complicado hablar de equilibrio, pero sólo si no renunciamos al modelo establecido hasta ahora. A lo mejor tenemos que cambiar hábitos, costumbres y modos de pensar, pero merecerá la pena si mantenemos el equilibrio. Como cada año, el verano tendrá dos partes:
El verano laboral en el que seguimos trabajando, llenos de optimismo porque llegan las vacaciones, tensiones de cierre de temporada y ciertas licencias erótico-festivas que parecen permitirse incluso con las y los compañeros de trabajo. Aunque es mentira, nos sentimos más jóvenes, bien conservados y hasta capaces de cumplir con éxito una aventura nocturna con el o la de administración que se quedó hasta el final en la copa del 30 de junio.
Y el verano-verano, el de verdad, el oficial, lleno de buenas perspectivas, maletas, billetes, niños, novias, abuelas y demás parientes que pueden acabar antes de tiempo con las ganas de que las vacaciones duren lo que duran. Ese verano en el que descubrimos tal vez que ya no queremos a nuestro cónyuge o que no soportamos más nuestro trabajo, o que simplemente no nos gusta la vida que llevamos. Quizá nada de eso sea cierto, sino que todo está envuelto en el mismo desequilibrio.
¿Y si este verano renunciamos al estrés habitual, a la necesidad de irnos muy lejos, mucho tiempo y con muchos trastos en la cabeza y en el coche?, ¿Y si este verano, nos dedicamos a conocernos mejor, a leer más libros y a apagar la televisión y el wi-fi?, ¿y si este verano charlamos más con los que más queremos y nos vamos con ellos a ver esos lugares donde se relaja el alma?. Seguro que gastamos menos, estamos más tranquilos y recuperamos la energía que consumimos inútilmente.
No es cuestión de hacer propósito de enmienda, sólo se trata de querer vivir con lo necesario y eludir lo accesorio. ¿Nunca os preguntáis si será verdad eso de que seríamos más felices si viviéramos realmente con lo justo?, ¿será verdad?, ¿estará ahí el equilibrio?, ¿no será que nuestro equilibrio personal es la ruina de "los" desequilibrados?, ¿porqué me hago hoy tantas preguntas?, quizá esté necesitando respuestas; demasiadas respuestas.
Este verano, caminaré más, leeré libros interesantes, cuidaré mis comidas para cuidar mi cuerpo y dejaré de hacer las listas llenas de cosas que al final no voy a utilizar. Este verano tomaré cada día un poco de equilibrio, bien frío, gracias.