El Presidente del Gobierno es un padre moderno. Le gusta columpiar a sus hijas a dos manos, ahora la patronal, ahora las centrales sindicales. A ambas impulsa a cada instante con ese ademán inseguro que mezcla la sonrisa frágil entre lo tímido y lo sincero. No sé si sus hijas le respetan mucho. La patronal lo tiene mejor para mostrar sus sentimientos. Está en su papel: papá ayúdame que tenemos una crisis profunda y hace falta una reforma del mercado laboral, avalada por todos los expertos.
Para las otras, las centrales sindicales, la cosa no está tan clara. Se alegran de que su padre las deje hacer, si, pero andan con la mosca detrás de la oreja. A lo peor es que papá no sabe bien cómo afrontar esto. A lo mejor es que está convencido de que las reformas caeran por su propio peso y por eso no nos aprieta porque sí o sí nos tocará hacerlo.
A mí me da la sensación de que el presidente sabe lo grave que es esta crisis; pero sabe que patronal y centrales sindicales sólo llegaran a un acuerdo cuando se necesiten sin remedio. Ahí es donde el presidente les dirá: "... veis hijas, como no había que hacer eso,¿ por fin habéis llegado a un acuerdo?, pues rápido, que sois la comidilla del país y no hay tiempo."
Y si sus planes se cumplen, nos habrá dado una lección. Ésa que dan los padres modernos a sus hijas e hijos pequeños: no tratan de imponer su autoridad, prefieren que ellos vean las consecuencias de sus actos. Zapatero, como todos nosotros, actúa igual en casa que en el Gobierno. Aunque con el tiempo, quizá más de uno o de una le pregunte: ¿Papá, cuando era niña, cómo me dejaste hacer eso?