La acampada en Sol fue una buena idea. Demostró a los políticos que el motor más joven, con más energía de la sociedad aún es capaz de pensar, de rebelarse y de hacernos sentir a los demás que hay otra forma de hacer crecer esta sociedad. Puede que muchos no estén de acuerdo con esto y lo comprendo, pero en sí misma, la acampada, la manifestación, el movimiento M-15 no fue una mala noticia.
Cualquiera que esté de acuerdo con su cabeza sabe que estamos en una situación límite, en circunstancias impensables hace muy pocos años y sea cual fuere su ideología política, cualquiera ha dicho hace poco eso de : no me explico cómo este país no explota por algún sitio. Pues ahí lo tienen, ahí lo tenemos. Por eso acamparon en Sol los que más fácil lo tenían, por edad, por energías. No carguemos las tintas contra ellos. Pero todo tiene un límite.
Ahora la acampada ya no provoca buenos sentimientos, ya no tiene el efecto sorpresa, es víctima de ataques justificados, comienza a traer problemas de orden público, perjudica la venta de los comercios y, en mi humilde medida, se somete a juicios críticos como el que escribo. Luego algo falla.
Mis días entre las carpas pasaron rápido, porque me divertí viendo cómo los protestantes se organizaban en foros de debate, desde seguridad, inmigración, política económica, ciudadanía, hasta asambleas sobre la conveniencia o no de dejarnos grabar a los medios lo que decían ¡en la plaza pública!. Había debates y diálogo en cualquier metro cuadrado de esa plaza, bajo la ausente mirada de Carlos III, ajeno a lo que cocía a sus pies el pueblo de Madrid.
Recuerdo a profesores, madres de familia, jubiladas, trabajadores de banca, estudiantes, mendigos y periodistas, todos unidos en un mismo círculo, casi dándose la razón unos a otros hablando de lo mismo: necesitamos el sistema, si, pero quizá haya que cambiarlo bastante. Todo era posible, pero no interminable. Ahora también hay que cambiar el 15-M. ¿Sirve la acampada, tal cual?, ¿perjudica a demasiados?
Lo ocurrido en Barcelona en la Plaza de Cataluña es un aviso para navegantes. La policía se empleó duro para disolver a los manifestantes, pero éstos tampoco se lo pusieron fácil. Quizá haya llegado la hora de hacer otra revolución: la re-evolución. La resistencia pasiva tuvo su momento, ahora el pueblo está más formado, domina las redes sociales y si quisiera podría organizarse y diseñar un plan de protesta con propuesta. No basta con acampar indefinidamente, hay que proponer y convencer a los demás de que hay otra vida política más allá del bipartidismo, donde la democracia real que muchos defienden sea una realidad en las urnas, no sólo una reunión en la plaza del pueblo.
Cualquiera que esté de acuerdo con su cabeza sabe que estamos en una situación límite, en circunstancias impensables hace muy pocos años y sea cual fuere su ideología política, cualquiera ha dicho hace poco eso de : no me explico cómo este país no explota por algún sitio. Pues ahí lo tienen, ahí lo tenemos. Por eso acamparon en Sol los que más fácil lo tenían, por edad, por energías. No carguemos las tintas contra ellos. Pero todo tiene un límite.
Ahora la acampada ya no provoca buenos sentimientos, ya no tiene el efecto sorpresa, es víctima de ataques justificados, comienza a traer problemas de orden público, perjudica la venta de los comercios y, en mi humilde medida, se somete a juicios críticos como el que escribo. Luego algo falla.
Mis días entre las carpas pasaron rápido, porque me divertí viendo cómo los protestantes se organizaban en foros de debate, desde seguridad, inmigración, política económica, ciudadanía, hasta asambleas sobre la conveniencia o no de dejarnos grabar a los medios lo que decían ¡en la plaza pública!. Había debates y diálogo en cualquier metro cuadrado de esa plaza, bajo la ausente mirada de Carlos III, ajeno a lo que cocía a sus pies el pueblo de Madrid.
Recuerdo a profesores, madres de familia, jubiladas, trabajadores de banca, estudiantes, mendigos y periodistas, todos unidos en un mismo círculo, casi dándose la razón unos a otros hablando de lo mismo: necesitamos el sistema, si, pero quizá haya que cambiarlo bastante. Todo era posible, pero no interminable. Ahora también hay que cambiar el 15-M. ¿Sirve la acampada, tal cual?, ¿perjudica a demasiados?
Lo ocurrido en Barcelona en la Plaza de Cataluña es un aviso para navegantes. La policía se empleó duro para disolver a los manifestantes, pero éstos tampoco se lo pusieron fácil. Quizá haya llegado la hora de hacer otra revolución: la re-evolución. La resistencia pasiva tuvo su momento, ahora el pueblo está más formado, domina las redes sociales y si quisiera podría organizarse y diseñar un plan de protesta con propuesta. No basta con acampar indefinidamente, hay que proponer y convencer a los demás de que hay otra vida política más allá del bipartidismo, donde la democracia real que muchos defienden sea una realidad en las urnas, no sólo una reunión en la plaza del pueblo.