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BLOG DE PERIODISMO URGENTE



jueves, 2 de abril de 2009

LOS PENITENTES DE SAN LÁZARO (Fotos, Pep Bonet)











Se acercan tiempos de penitencia para los cristianos. La crisis actual es suficiente penitencia pero he querido mostraros el lado más duro de los que están dispuestos a sufrir con tal de redimirse. Otra forma de ver la vida, sin duda; más visceral, más básica, pero también más auténtica.

El fotógrafo Pep Bonet y yo acabamos de publicar en la revista GEO un reportaje sobre los Penitentes de San Lázaro en Cuba, traducido al alemán para la ocasión e inédita en España. Os invito a leer esta historia a ras de suelo, cuyas imágenes se exponen, por cierto, en la Casa de América de Madrid desde la pasada semana.

"Ibrahin y Omar descansan tirados en el suelo. Hace días que se arrastran. El mundo se ve de otra manera desde ahí abajo. Todo parece más grande, desproporcionado. Todo menos su propio cuerpo, que empieza a semejarse al de un cadáver. Debajo de sus camisas y pantalones hechos con tela de saco se asoma la piel desollada y pálida. Bajo sus pies desnudos, abrasados por la tierra y el asfalto queda la huella de la sangre, permanente desde que salieron el 10 de diciembre del parque central de la Habana.

Ibrahin está contento porque esta mañana sus tobillos han dejado de sangrar, envueltos en un emplaste de carne y soga de esparto. Al final de la cadena, atada a sus pies, su muleta y varias piedras oscuras de muchos kilos de peso que arrastran durante millas. Ibrahin y Omar son dos almas en pena, dos penitentes cuya vida han entregado al santo que todo lo cura. San Lázaro es para ellos algo más que una imagen y lo que hacen es más que una promesa para redimirse, es casi lo único que les importa.

Como un reptil en el desierto, Josmari, otro penitente, se desliza hacia mí. Cumple su cuarto año de penitencia. Es de los que se atan hasta cuatro piedras en los pies y se arrastran durante días hasta la ermita de El Rincón a pocas millas de La Habana vieja. Con sus ojeras huesudas y su olor a miseria y orín, su tez ennegrecida parece tallada por un maestro de la imaginería. Ni el mismo Salzillo hubiera modelado así llagas semejantes en los codos y rodillas. Todo sea para pagar el favor que San Lázaro le hizo o le va a hacer.

Arrastrarse y sufrir la tortura bajo el sol arrogante de Cuba se ha convertido en una forma de vida para todos ellos. Mañana es el día del Santo y aún deben reptar por el suelo muchas horas para llegar a tiempo hasta el santuario.

-Ahorita ya estamos llegando y por eso cada vez hay más gente. Esto se está poniendo difícil hasta para orinar. Yo prometí no levantarme del suelo hasta que llegue a El Rincón y hacer mis cosas desde aquí abajo es más duro de lo que parece... Ya casi no hay sitio en la calle y la policía no nos deja pedir limosna. ¡Salud!- susurra Omar, mientras agradece con la mirada la moneda que cae en su caja de madera.

Ana es menuda y oscura como el ron añejo. Se pasa toda la semana pidiendo dinero para el santuario aunque ella y su marido se quedan el dinero que recogen porque las cosas están difíciles. Los billetes grandes se van para el bolsillo y las monedas a veces también. Pero Ana cumple su promesa desde que el santo salvó a su hijito que también llama Lázaro, y es lo que más quiere de este mundo. En voz baja me pregunta si me quiero llevar a Lazarito a España.

Bartolomé pide en una esquina cercana a la iglesia de El Rincón, encajado en su silla de ruedas. En otra descansa Dolores; hace años se cayó del tren y un vagón atropelló su pierna izquierda. Aunque el gobierno cubano se hizo cargo de la operación ahora no tiene otro remedio que pedir limosna y dormir en la estación de tren de Santiago de la Vega.

Aldo, el taxista aparcado en la acera, escucha los lamentos del penitente que se arrastra y añade su opinión sobre el Santo. Dejó de creer en esas patrañas hasta que un año se olvidó de su promesa y al día siguiente se salvó por poco de un accidente en la autopista que va a Pinar del Río. Su viejo Lada ruso se calentó y comenzó a arder. Por suerte Aldo logró salvarse y desde entonces practica el culto a San Lázaro con tabaco, ron y otras ofrendas envueltas en la llama de las velas de medianoche. San Lázaro a veces puede ser muy vengativo.

La noche del Santo, cuando todos los penitentes llegan a sus pies, viene precedida de muchas otras vigilias de misterio e invocación de espíritus. Los cubanos creyentes que se arrastran por esta calle mezclan el martirio de la religión católica con la santería, tolerada aunque no admitida por el gobierno de Castro.

-Religión es lógica y no fanatismo-, dice Mariano, un vecino de Prado, que vive en la Habana vieja con su mujer, su madre y una hija de cuatro años. –Cuando era niño ya me ponía en trance, con los ojos en blanco y temblando. Mi mamá me llevaba al hospital pero era inútil. Poco a poco me di cuenta de mi capacidad como santero-. Mariano, vestido con túnica de lino blanco inmaculado, sólo me saluda tocando su puño ligeramente con el mío. Así evita pasarme los malos espíritus contra los que él puede luchar, pero no yo.

Al anochecer prepara con sumo cuidado la ceremonia para invocar a San Lázaro. Dentro del armario de la sala aparecen huesos, cráneos de animales, cascaras de huevos y restos de sangre de sacrificios anteriores. Esa noche no fue el único que entró en trance. Su mujer Victoria invocó a su abuela y al poco comenzó a hablar como si la vieja actuara desde dentro. De la boca de Mariano sale la letanía africana en honor de Babalú Ayé, la deidad a la que se identifica con el propio San Lázaro. Cuando el espíritu “baja” el que inicia la danza adopta la actitud de un anciano leproso que camina apoyado en bastones. El hijo pequeño de Mariano se tapa las orejas para no oír, muerto de miedo.

babalú Ayé ogo ro nigan iba eloni...

La génesis del culto a Babalú Ayé o San Lázaro nace de la devoción de los blancos europeos y los negros esclavos. El dios africano y el amigo de Cristo que se levantó y resucitó, Lázaro de Betania, se mezclan para dar forma al santo venerado en la iglesia de El Rincón, antigua capilla del leprosorio y centro de peregrinación más importante de la isla.

A la mañana siguiente, en la calle que nos lleva hasta El Rincón Ibrahin asiente pero sin fuerzas para sonreír a los que le animan. La cadena de hierro le aprieta abrasa su tobillo sangrante. El ruido de la piedra rayando el asfalto del camino hace daño sólo con oírlo. No quiero imaginar el dolor que acompaña a cada penitente. Casi no han comido nada en la última semana. Un poco de pan y algo de agua. La gente le canta tonadas de ánimo y salvación. Al paso del tren por la estación de El Rincón una lluvia de monedas cae sobre sus manos como agua en el desierto.

A Josmari sólo le queda un año más de penitencia por la gracia que le concedió San Lázaro. Nadie lo sabe, es su secreto mejor guardado. Otros como Ibrahin no ocultan su razón. Empezó con una piedra el primer año de penitencia y el próximo será el último. Ha prometido que llevará cinco bloques.

Danilo, otro penitente no pierde la ocasión: -Yo perdí este ojo feo por culpa del fútbol. Ahora no creo que pueda jugar nunca más. Ni el mismísimo Fidel podría convencerme. Ustedes de la prensa están demasiado pendientes de que él se muera algún día, pero casi nadie se preocupa de nosotros, los que nos morimos poco a poco. Al otro lado de la calzada los vendedores no pierden el tiempo. Estampitas del Santo, librillos con plegarias para Babalú Ayé, flores, velas blancas y moradas y bebidas o pan con lechón; todo preparado para aprovechar una de las mejores noches del año.

Los penitentes llegan por fin a los pies de San Lázaro donde se suceden las misas y las ofrendas. Lo primero es beber y recuperar fuerzas en la fuente del santuario, que con el tiempo y la tradición ya es milagrosa. La puerta del Santuario Nacional de San Lázaro se abre bajo sus tres campanas. Hasta aquí llegó el propio Juan Pablo II el 24 de enero del 98. El papa viajero no quiso olvidar el saludo a los leprosos y enfermos de SIDA de la pequeña aldea.

Hoy, como aquel día de invierno, la entrada a la ermita es un caos de penitentes, feligreses y curiosos envueltos en pañuelos con la imagen de Babalú Ayé, San Lázaro o como quiera llamarlo cada uno. El Santo aparece adornado con el traje de Yute, la escobilla para defenderse de los insectos y barrer enfermedades y la vasija donde se recogen sus fundamentos. Unos metros más allá se enjuga las lágrimas Ibrahim. Omar me sonríe levantando las cejas y secándose la saliva empastada en los labios.

Una docena de muletas cae con estrépito al paso de Dolores y su única pierna en silla de ruedas. Anita termina su plegaria e insiste en que me lleve a su pequeño Lazarito a España. Bajo el Santo cae otra lluvia de monedas. Pero el más jaleado es Josmari. Los ocho adoquines de pura roca atados a sus pies han acabado con sus fuerzas pero ha vuelto a cumplir como cada año. De rodillas, guarda con orgullo el secreto de su penitencia. Sobre su altar, San Lázaro sigue ajeno al espectáculo."
Para conocer a fondo el trabajo de Pep Bonet: www.pepbonet.com

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que creer en el más allá sigue siendo útil para alimentar el espíritu. Soy atea total pero envidio la entrega de esta gente, sin duda. Esos sí que todo lo pueden. Qué buenas fotos. Angela.

Anónimo dijo...

¡Qué historia!, no puedo creer que haya gente que crea tanto. Cuba es Cuba pero creí que la conocía y no. Es un relato tremendo de lo más oscuro de la isla. Bien.

ana dijo...

Me parece interesante el tema desde el punto de vista periódistico, como documento real. Pero de ahí a que digas que son formas de ver la vida más auténtica.., no estoy de acuerdo. Hacerse daño a uno mismo aunque sea para redimir algun mal cometido es una forma de masoquismo.El mal deberia redimirse con el bien. Estas personas y tantas que hay por el mundo que estos dias de semana santa se dedican a hacerse daño, clavándose en cruces , dándose de latigazos, o como estos arrastrando pesos, tienen , para mi gusto una forma muy rara de entender el perdón. Una forma muy parecida a antiguas supersticiones como derramar sangre de vírgenes para tener al dios contento y que llueva.! Cuanto han animado las religiones a pagar con dolor el mal cometido !Y para qúe¿ No seria mas auténtico hacer el bien para redimir el mal, que deshollarse la piel ? Claro a estos no les puedes pedir a estas alturas que cambien su forma de ser y de entender la vida .Yo no les admiro , al revés me causan tristeza.

Anónimo dijo...

Cuba es Cuba y allí la religión y la santería están tan unidas como el agua y las burbujas. Relato estremecedor de lo que es capaz de hacer el hombre cuando cree en algo. Esa ilusión por un objetivo nos falta a este lado del mundo. ¿Cuanto más básicos más capaces? Interesante.

Anónimo dijo...

La religión nos hace daño. Este reportaje es sólo una prueba de lo que es capaz de hacer el hombre cuando está desesperado: busca creer en el sacrificio de la carne con tal de redimirse ante Dios o ante el Santo. La pobreza de la isla alimenta sus conductas religiosas y mientras los políticos ...

Anónimo dijo...

Las fotos de Bonet son magníficas. He visto sus trabajos en su web y merece la pena. Gracias por enseñarnos su trabajo. Los penitentes de San Lázaro quieren creer porque es lo único que les queda. H.A.

Anónimo dijo...

Increíble reportaje Jari. A la altura de unas fotos realmente extraordinarias. Abrazos. Jose.

Anónimo dijo...

En estos tiempos de crisis resulta enternecedor cómo funciona la gente al otro lado del mundo, donde la palabra crisis es una forma de vida, donde no hay más que eso, casi nada que comer o hacer. Gracias por ofrecernos este texto y esas fotos. Pep Bonet es un fotógrafo excepcional. Lo de su web es otra dimensión. Gala. H.

Anónimo dijo...

Estuve en Cuba hace poco. La santería es casi un alimento para quienes no tienen nada. tristemente Cuba es como esas fotos, un isla en blanco y negro. Gracias pero no quiero ver más pobreza procedente de ese país.

Anónimo dijo...

La religión es el opio del pueblo. Un lugar común tan tópico como cierto. Pero, ¿qué sería de los más pobres sin la religión?, creo que en Cuba y en otros lugares donde no hay casi nada, la religión hace tanto daño como no creer en nada. Rober. A.