Que Felipe González está en plena forma no lo duda nadie. Y que ayer parecía enseñarse, yo lo dudo menos. Sigue teniendo el mismo tirón y le hace sombra al que se le ponga por delante, aunque se llame Zapatero. La reunión de parlamensaurios de ayer, en la Sala de Columnas del Congreso, sirvió para certificar que aún es capaz de medirse con el líder de turno de su partido, por muchos años de retirada que lleve entre sus huesos.
Zapatero parecía ayer un púgil noqueado al que su entrenador saca los colores hasta lograr que su pupilo se revuelva contra él y le diga: Felipe, de "depre", nada, ¡eh!, de "depre" nada... y Felipe le miraba como diciendo, ése es mi chaval...
Sin embargo, González no juega tan limpio como parece. Ayer nos quiso convencer de que el necio que se equivoca cada día no es Zapatero, cuando quedó tan claro la semana pasada. Nos quiso convencer de que cuando las cosas van mal hay que mantener prietas las filas. Pues no es eso lo que él y sus amigos saurios, rumian cada día entre Gobelas y los despachos profesionales donde unos y otros disfrutan de su otoño político.
Bajo el rostro pixelado de Pablo Iglesias, Felipe gustó y se gustó, jugando con ventaja y sin responsabilidad política ante un compañero presidente que le miraba desconfiado y serio.
Me consta que los Solchagas, Benegas, Corcueras y compañía nunca han visto con buenos ojos al "mingafría" de León, como le llamaba Guerra, otro dedicado ya a releer en público los versos del club de los poetas muertos. Todos ellos fueron brillantes oradores (bueno, Corcuera no tanto) cuando aún eran jóvenes, pesos pesados a los que el tiempo ha sellado con el marchamo del respeto de los que entonces cubríamos las sesiones del Congreso.
Pero quizá ahora les falte empatía para comprender lo difícil que lo tiene Zapatero, que necesita apoyo y ayuda de verdad y no sólo un aplauso de ánimo en un día en el que él es lo de menos. Ayer sí que Zapatero pareció asistir a la conjura de los necios.
Pero de todos ellos, incluído Zapatero, Felipe sigue siendo el primero. Aún no sé si ayer le hizo un favor o un entierro. Porque cuando él habla hasta los del otro lado guardan silencio. Y yo que paso a menudo por la puerta de La Moncloa, siempre pienso: a este hombre el día menos pensado me lo encuentro...