Aproveché el pasado festivo entre semana para recorrer con mis hijos una ruta fluvial cuyos parajes no tienen nada que envidiar a los de cuaquier parque nacional de la Península Ibérica. Hay bosques de pino albar, carrasco,encinas, helechos, jarales olorosos aún en estas fechas, enebros, alamedas frondosas, canchales para tomar el sol o leer un libro. Y todo ello entre roquedos majestuosos, berruecos monumentales y una garganta, la del Manzanares, a pocos kilómetros de su nacimiento, junto a las cumbres de Peñalara, en plena Sierra de Guadarrama, al norte de la provincia de Madrid.
Es el curso alto de un río de agua cristalina que nace puro, limpio y ágil, como la mente de un niño, bajando juguetón entre lajas de granito pulido hacia Manzanares el Real. Pero cuando crece, como el ser humano, se contamina, envicia su fondo de fango y lodo, como se llena el cerebro de cualquiera de nosotros hasta acabar siendo un río maduro, adulto, incapaz de sorprender a casi nadie. Uno más, como todos cuando crecemos.
Pero al nacer, el Manzanares es una promesa en ciernes, igual que el ser humano. Capaz de lo mejor siempre que tenga el apoyo necesario. Esa parte del río es un lugar único, para quedarse a vivir. Así lo han hecho desde los años 50 muchos madrileños a los que el desarrollismo de los años 60 dejó hacer auténticas barbaridades de edificaciones contra la naturaleza que soportaremos aún muchas décadas y quizá, todo lo que nos queda de siglo, como poco. Las urbanizaciones entraron en el monte bordeando el río hasta ahogarlo. Pero aún queda un paso estrecho, una senda entre arbustos, chopos y otros árboles que permite dar uno de los paseos de montaña más accesibles y genuinos del Sistema Central.
La ruta se adentra en una garganta, hacia el refugio de Giner de los Ríos, el Canto del Tolmo, Collado de la Dehesilla, Senda Maeso y, de nuevo en la cara sur del monte, el gran Yelmo de la Pedriza, el macizo granítico más importante de Europa. En este tramo de la Cuenca Alta, el Manzanares es un río joven, atrevido, rebelde, ya digo, prometedor. Pasear por allí una tarde de otoño es volver a la vida, un sueño del que uno no quiere despertar mientras observa las truchas nadar corriente arriba, en una de las aguas más claras que hay en Guadarrama. Conejos, rebecos, cabra montés (traída de la Sierra de Gredos, eso sí), y en lo alto, el buitre leonado, cada día más hambriento desde que se le acabaron los muladares.
Pero en ese día festivo, despertar del sueño no fue muy complicado. Mis hijos, sus amigos, sus padres y yo acabamos hartos de ver en las orillas papeles, plásticos, botellas y demás contaminantes, huellas evidentes del campismo desaforado, botellones de anochecer e incluso profilácticos de todos los colores de parejas efervescentes que sólo saben cuidarse ellos mismos. ¡Madrileños, senderistas, vecinos de la zona!... no podemos arruinar el bosque, sus ríos, sus meandros, sus rutas señalizadas y cuidadas por los que sí respetan la naturaleza.
Sirvan estas líneas para animar al ayuntamiento competente en la materia a hacer batidas de limpieza y hacerlas ya. Como un padre haría con su hijo pequeño, a pesar de que se manche, de que su mente poco a poco se contamine. Siempre se puede ir limpiando para dejar los mejores valores en el fondo, donde en vez de cieno quede arena pura, sin casi deshechos.
La educación ambiental deja mucho que desear en Madrid y sus alrededores. Supongo que eso es extensivo a otros lugares naturales en España, en el mundo. Nadie sale al campo con bolsas de basura, sólo con bolsas llenas de lo que luego será basura y quedará tirado en el monte. Si no limpiamos el río, como nuestra mente, El Manzanares de La Pedriza acabará tan negro como el que todos conocemos, aguas abajo. Cuidarlo desde su nacimiento es cuidar es río que llevamos dentro, el de nuestros hijos, para que fluya limpio desde el principio.
2 comentarios:
Esto me recuerda al Río de la vida. Esas aguas tan puras y ese pescador con mosca ensimismado en un mundo natural y respetado de la América en plena conquista del oeste. Siento que haya tanto guarro en sus orillas...
Lo que no entiendo es por qué los municipios que esconden estos tesoros naturales, de la misma manera que tienen personal para barrer sus calles, no dedican parte de sus recursos a limpiar y cuidar estos lugares, cuando son verdaderos generadores de riqueza.
Lo que no entiendo es por qué, como hacíamos nosotros cuando éramos pequeños, los colegios no dedican un día para hacer batidas y limpiar sus entornos,enseñando a los niños la importancia de su cuidado. Algo que aprenderán para toda su vida.
Tampoco entiendo lo permisivos que somos cuando vemos a algún cerdo o cerda (con todo el respeto para estos animales que por cierto son bastante limpios)arrojar un papel, una lata o un pañal y no les llamamos la atención (opción 1), les invitamos a que se lo coman (opción 2)o directamente les ayudamos a que se lo metan por el recto (opción 3).
Estuve allí, maravilloso lugar Jari, y fue el último baño del año para los niños. !!!En pleno mes de octubre!!! Motivos para alegrarse... y para preocuparse.
Abrazos
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