La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír.(George Orwell)


BLOG DE PERIODISMO URGENTE



martes, 25 de octubre de 2011

LA EMOCIÓN VASCA

El nacionalismo no es una idea política, es un sentimiento. Una pasión que engloba a las cuatro emociones universales: la tristeza, la rabia, el miedo y la alegría, según el manual de psicología moderna.


Esas cuatro emociones forman un círculo de hierro forjado como el que adorna la barandilla más famosa del mundo, capaz de resistir el embate de la intempérie más dura . Un círculo vicioso que ha sido el patrón del nacionalismo, entendido como concepto, sin siglas, aquí y fuera de aquí. No hablamos de política sino de emociones.




el nacionalismo nace sin nación previa, de la mente de alguien resentido con la vida, pero es legítimo.


Decía Jon Juaristi, antiguo miembro de la ETA más histórica e idealista, ex director de la Biblioteca Nacional, escritor y autor del ensayo El Bucle Melancólico (Premio Nacional de Ensayo 1998), que la nación no preexiste al nacionalismo. En el caso del País Vasco, eso es tan cierto como histórico, que nunca existió un estado, país o nación vasca más de lo que existe ahora. Euskadi, Euskal Herria (con las tres provincias francesas Lapurdi, Benavarra y Suberoa), La Gran Vasconia (no quieran saber hasta dónde puede llegar) o Vascongadas (como lo llamaba Franco y curiosamente ahora Bildu) son un concepto moderno forjado legítimamente en los últimos 100 años, pero carente de historia real. En todo caso hay que respetarlo porque el nacionalismo nace así, sin nación previa, casi siempre de la mente de un resentido con la vida, con alguien cercano, sus padres, su familia, su entorno.


el nacionalismo es una emoción y las emociones se sienten, no se someten a votación.


Tenemos ejemplos sobrados en la historia. Nace de una pena individual (o sea, de un hombre quizá maltratado) que se lamenta de no haber sido feliz y por eso crea la nostalgia de lo no vivido, y su vida se convierte en un aullido contínuo a la luna que nunca le deja mirar hacia adelante. Nace de una melancolía que tanto daño le hace a él, individuo promotor de esa nostalgia, como al colectivo al que subyuga.


De pronto, muchos quieren ser así, nacionalistas. Y con el paso de los años ese sentimiento de tan fácil arraigo acaba extendido como una verdad casi incuestionable. Sin embargo, es legítima. Todos podemos decidir ser algo nuevo de repente. Los demás deben asumirlo, respetarlo. Sobre todo si cada uno defiende su idea en la plaza pública, abierta y democrática que es nuestra sociedad. Otra cosa es que la mayoría de los que acude a votar a dicha plaza acepte los deseos de los que tienen ese sentimiento. Eso es la democracia , pura razón: defiendo mis ideas y si no logro los apoyos, acato la mayoría y ya volveré a intentarlo al día siguiente (o cada cuatro años).


Pero el nacionalismo radical no es una razón, no va por ahí. Acepta la democracia si lo suyo no hay que votarlo. O si vota y gana, claro. Y tampoco se le puede reprochar esto. Porque el nacionalismo es una emoción y las emociones se sienten, no se someten a votación. Surgen de lo más primitivo de cualquiera de nosotros y en el caso vasco, de la necesidad de pertenencia a una tierra madre, a una tribu, A El linaje de Aitor, a la defensa del territorio legendario (legendario viene de leyenda), a los dominios pseudo tolkinianos de Amaia y los vascos en el Siglo VIII, de pertenencia a una raza de vascones como la que tan bien fantaseaba Navarro Villoslada o de vizcaínos, en el caso de Sabino Arana en su artículo ¿Qué somos?, escrito en 1895.


del nacionalismo primero nació la nostalgia por lo que podría haber sido y no fue, provocando una pena crónica.


Todo eso acurruca y reconforta al colectivo y a su líder; toda esa mitología lo defiende de los hostiles amenazantes, como un imago protector, allende los montes. Emocionante, sin duda, incluso para alguien de fuera. Y desde Arana Goiri hasta nuestros días ese sentimiento ha ido pasando por las cuatro emociones fundamentales:


La tristeza: porque del nacionalismo primero nació la nostalgia por lo que podría haber sido y no fue, provocando una pena crónica. Esto es quizá el patrón más extendido contra en el que trabaja a diario la psicología universal para curar a sus pacientes. Y todos los terapeutas coinciden en que estar triste por lo que nunca fuimos no nos deja mirar al futuro, nos atasca, nos retrae, nos impide socializarnos y hace que veamos en el otro a un enemigo con el que nada debemos compartir. En la tristeza entramos en una queja perenne, en ese bucle melancólico al que nos habituamos y del que nunca nos atrevemos a salir, sobre todo porque ya estamos acostumbrados a él.


El nacionalismo de Euskadi sobrevive gracias a esa tristeza continua que un día nació de la visión de Arana Goiri nada más morir su ama (madre) por cierto, al empezar a escribir sobre la patria nunca existida pero reivindicada. Así, tomó la legendaria, que no histórica, batalla medieval de Padura como la génesis del Señorío de Vizcaya y sus fueros. No pudo irse más lejos el de Abando para asegurar que ya entonces existía un sentimiento vasco (entonces sólo vizcaíno) hasta hoy reprimido, parece ser, por el invasor leonés o castellano. Seis siglos después quiso recrear una realidad que aunque basada en una leyenda tenía todo el derecho a inventarse y a alimentar. Entonces el nacionalismo se dejó llevar por la segunda de las emociones básicas del hombre:


La rabia: seamos sinceros, ni la república ni especialmente el franquismo ayudaron mucho a contenerla. Fue más bien una larga mecha de casi cuarenta años que necesitaban los melancólicos para hacer estallar por las bravas su proyecto. Esa rabia contenida se extendió a mordiscos y los contagiados echaban espuma por la boca hacia una España tan obsesionada por la unidad como Franco, otro melancólico de tan dura infancia como Arana. Otro alma ofendida que se lamentaba de que la nación en la que vivía no estaba tan unida como la que llevaba dentro. Pero esa unidad española era un subterfugio, una manera de querer ser dueño de toda España, cuanto más unida, más suya. Lo mismo le pasó al dictador alemán, al italiano, al ruso, al cubano, al argentino, al iraquí, al tunecino, al libio. A todos les pudo la emoción. Y eso siempre tiene un coste que debemos de aceptar.


todavía pagamos su rechazo, su odio, sus ganas de irse. Aquella España franquista todavía no deja respirar a esta.


La España del Movimiento despreció a Euskadi, a su lengua, a su historia y somos nosotros, sus nietos, los que les miramos perplejos diciendo: ¿cuándo se os acabará la rabia, cuándo empezaréis a querernos?. Nuestros abuelos os hicieron daño, no nosotros. Por eso pagamos todavía su rechazo sempiterno, su odio, sus ganas de irse. Reconozcámoslo, aquella España franquista todavía no deja respirar a esta. Y en plena decadencia de la dictadura, cuando a los muros del régimen empezaron a salirle ratas por las grietas, apareció la tercera de las emociones universales:


El miedo: Así surge ETA, de entre los muros de las iglesias, en los txocos de los caseríos, al final de las aulas, sobre la húmeda lonja del puerto, en los senderos del monte, con la intención de formar un ejército de revolución que luchara con las armas por un sentimiento, por la emoción vasca. De nuevo, otro error.



La idea de guerrilla justificada inicialmente, como podían serlo las de otros países con regímenes opresores devino en puro terrorismo. La expresión de esa rabia fue tan grande como para pasar la línea roja, la que distingue a los que matan de los que no lo hacen. Supongo que ahí empezaron a descolgarse los Juaristi, Onaindía y compañía. La España de entonces era terreno abonado para los atentados, considerados a veces casi como una respuesta comprensible al régimen. ETA llegó a arrogarse incluso el mérito de haberlo finiquitado con el asesinato de Carrero. En Euskadi, los terroristas comienzan a matar y los que no lo son, a mirar para otro lado.


Tras más de ochocientos muertos y más de cuarenta años, casi otra dictadura, de guerra sin cuartel (a veces sucia), ETA acaba acorralada. Pero su lucha no ha sido en vano y su posible adiós a las armas puede que tampoco. La banda terrorista se sabe derrotada, asfixiada incluso por los suyos, que parecen decirle: sé lista. La muerte ya no vende como antes entre los nuestros y ahora lo que toca es usar la palabra, jugar a su juego, a la democracia de la plaza pública. Vamos a demostrarles que ya no necesitamos pegar tiros para ganar voluntades y en el peor de los casos les diremos:¿veis cómo sin muertos tampoco nos dejáis ser independientes? , y si no nos dejan siempre podremos empezar de nuevo, volveremos a la tristeza, de ahí a la rabia, de la rabia al miedo y del miedo a... ( de nuevo el bucle melancólico). Pero estamos contigo. Lucharemos por la independencia". Eso parecen decirle a ETA.


Que cada uno defienda lo que quiera hasta conseguirlo... o no. Y si es no, saber aceptarlo razonablemente.


Y un buen día llega el momento. ETA anuncia que se acaba la violencia y ella y los que la rodean y los que están aún más lejos de los que la rodean e incluso otros que están aún más lejos... todos se imbuyen de la cuarta gran emoción:


La alegría: esta sí nos llega a todos. A unos porque respiran aliviados y a otros porque de antagonistas pasan a ser protagonistas, o sea que siguen teniendo un papel estelar en esta película. La alegría es alegría en todo caso. Disfrútela cada cual como quiera. Antes se mataba y ahora ya no. ¿No merecen un premio los vascos por haberlo arreglado? Sinceramente, puede que sí. Pero el premio debe ser vivir en paz, acostumbrar a esa gente oscura a levantarse por las mañanas e ir a trabajar, no otro. Más tarde, acudir a la plaza del pueblo y proponer sus ideas por imposibles que sean, incluso sus ansias de independencia una y otra vez. Que cada uno defienda lo que quiera hasta conseguirlo... o no. Y si es no, saber aceptarlo razonablemente. Dejar la emoción que tanto daño les ha hecho y mirar hacia su futuro individual, a la prosperidad de su familia, no tanto a la de una nación vasca, gota de agua en Europa, que quizá sólo es un pretexto demasiado universal para no ocuparse de uno mismo.


Hay alegría, si, pero no para todos. No para las víctimas que merecen al menos saber que los que mataron pagaran su pena. Hay alegría, si , pero a mí se me acaba donde empieza otra vez la tristeza. No la mía, la de Ermua, Vic, Zaragoza, Vallecas y ...¡ciudado!, ¿lo ven?, casi no me doy ni cuenta y caigo yo también en el bucle melancólico. Estén alerta, puede atraparnos en cualquier momento. Por mi parte, sólo ha sido un instante de emoción.

3 comentarios:

manuel dijo...

En gran parte estoy de acuerdo contigo, el nacionalismo es una emocion, para mi desde niño senti el nacionalismo vasco como una conexion pendiente entre los sentimientos, las costumbres, los paisajes, la ideosincrasia de un pueblo entero, que esta orgulloso de el mismo, pero sin embargo debe
evolucionar e integrarse en un todo que es cataluña, galicia, andalucia, etc.con sus propias costumbres a ideas.Los nacionalistas debemos aprender a convivir y ser integradores ¡ el terrorismo no tiene razones +pero los hombres y mujeres de todas las regiones deben tener cauces para expresar libremente sus sentimientos y emociones.

Anónimo dijo...

NO van a poder con nosotros, con los demócratas, aunque se vistan de normales como los demás. Al final, querrán la factura, el precio por no matar.

Anónimo dijo...

No sé si estos de HB se enteraran algún día de que no les debemos nada como decía ayer Rajoy. Es en lo único que estoy de acuerdo con el nuevo presi. A mi me da que el nacionalismo sólo les trae tristeza vital. esto ya no es la España que era. Ahora somos Europa, aunque tal y como anda el asunto, vete tú a saber.