Se ha ido antes de tiempo. Eluana, la joven italiana de pelo negro, ojos rasgados, melena mediterránea y sonrisa sincera, ha dejado plantados a los que querían tenerla con vida, aunque fuera sólo con su aliento. Su padre decidió dejarla morir tranquila y soltar la última amarra que la mantenía flotando, al son de la marea. Nos deja en plena tertulia sobre si debe seguir siendo. Porque todos opinamos y así nos despreocupamos de nuestra crisis, de nuestras deudas.
Y ayer, a la hora precisa de su muerte, dejó con la boca abierta y el dedo en alto a los senadores italianos, reformando la ley para que la ley no se cumpliera. Que Eluana no pensara, sintiera o se moviera desde hace diecisiete años era lo de menos. ¿Que se enteren todos que su vida es de Dios y no de ella? Qué mas da. Ha pasado tanto tiempo que su mente y su cuerpo se olvidaron de morir.
Pero se ha ido, estemos o no de acuerdo, si es que no lo hizo hace ya años. Ha tardado mucho menos de lo que los médicos decían: quince días en ayuno, le han bastado tres. Y tras de sí deja de nuevo a unos y a otros embarrados en el debate más triste. ¿Pero es que hay alguien sobre la tierra que permitiendo que tantos mueran a manos de otros tantos van ahora a poner pegas?. El Vaticano, mi gobierno, quienes sean, ¿seran capaces de decidir también cuándo me muera?
La vida está llena de eutanasias. Y el mundo, de quienes deciden cómo y cuándo moriran otros, sin que nadie se lleve las manos a la cabeza. ¿No vamos a dejar morir a quien ya no vive? Respeto a los que aún la querían aquí. Pero Eluanas podríamos ser todos y seguro que muchos tenemos en la mente a alguna de ellas .Me gusta su nombre, Eluana, y no puedo evitar sentirme bien ahora que ha muerto. Me entretengo mirando su foto. Suspiro y siento alivio. Se ha hecho de noche. Reescribo en femenino el verso de Herberto Helder en su Poema Continuo: "...estaba tan muerta que ya sólo vivía".
8 comentarios:
Toda la polémica generada por este y otros muchos casos que aparecen todos los días en nuestras vidas se acabaría, si las leyes que rigen lo mas íntimo de las personas no estuvieran condicionadas por grupos, religiones o creeencias. Llegará el día en que podamos elegir nuestra mas íntima libertad?
No he visto clamar al Vaticano cada vez que en Estados Unidos aplican sin misericordia la pena de muerte. Esas muertes no valen, por lo que se ve...
PARADOJAS E IDEAS RAPIDAS SOBRE LA MUERTE:
Mi natural curiosidad sobre la muerte nace desde que tengo conciencia adulta sobre la vida: ella y yo hemos convivido amancebada y civilizadamente como pareja de hecho.
Primera paradoja: La importancia de la muerte.
Podríamos caer en el error de centrar nuestra atención únicamente en la importancia de la vida, pensando por ello que la importancia de la muerte no es un aspecto relevante a tener en cuenta, simplemente porque sea un hecho indudable: creo que debes saberlo, te vas a morir seguro.
Creo que es justamente al revés: al margen de otras consideraciones de tipo demográfico, que por obvias no vienen al caso y sobre las que en otro contexto me encantaría comentar con un punto más de ironía, el valor de nuestra vida está exclusivamente condicionado por el carácter limitado que la muerte le confiere. Y cuando he dicho “exclusivamente” no he pretendido deliberadamente encender polémicas de carácter ideológico o religioso, pero ya que lo he dicho, aprovecho para reafirmarme en mi posición: nuestra única certeza es que tenemos un tiempo LIMITADO para VIVIR, esto es, y según reza el manual de instrucciones que nos dan al nacer, para ser feliz y hacer felices a los demás.
Y es importante tener presente este condicionamiento temporal para ser plenamente conscientes de ello, e intentar alcanzar la finalidad vital con la que nos traen de fábrica al mundo sin dejarlo para otro día (esto es IMPORTANTE: recuerda que a lo mejor no hay otro día, te recuerdo que te puedes morir, y como más adelante explicaré, sobre eso no tenemos –todavía- el control). Lo que no es seguro es si después de morir habrá una prórroga para forzar el desempate: si es así, pues mejor para todos (aquí debería decir que sobre todo para algunos, pero no lo voy a hacer). Esto último, desgraciadamente, no es aún una certeza para mí.
Segunda paradoja: El miedo a hablar sobre la muerte.
Parece claro que hablar de la muerte es un tabú. No estoy seguro de que sea solo por el dolor que nos produce cuando afecta a seres queridos, o incluso anónimos, y por lo tanto por nuestra tendencia natural a evitarlo, incluso también por cierta aprensión y resistencia a querer morir. Creo que podría tener algo más que ver con la impotencia y soberbia que nos produce no poder controlar la muerte: vivimos en una sociedad tecnológicamente tan avanzada, que nos hemos acostumbrado a tener el control total sobre nuestras vidas, pero se nos escapa un detallito: que te vas a morir y esto no lo puedes controlar (como hemos visto recientemente en Italia algunos pueden esforzarse para intentar influir en el cuándo y en el cómo te mueres, y esto, aunque relevante, también es circunstancial: igualmente te morirás).
Tercera paradoja: La muerte no es rentable.
Siendo como es el de las funerarias, tanatorios, cementerios,... etc., un sector de actividad con perspectivas de negocio de naturaleza más bien estable (....), y dado que nuestra sociedad actual está claramente orientada y/o dirigida casi exclusivamente hacia opciones de ocio, esparcimiento y bienestar prioritariamente consumista, resulta paradójico observar que eludamos hablar sobre la muerte, para no estropear la rentabilidad de lo que sin embargo, nos podría llevar a la ruina a todos: vale, no estropeemos la fiesta, que la rueda tiene que seguir girando.
Cuarta y última paradoja: Las paradojas personalizadas.
Si hubiera planteado esta última paradoja en otros términos, tales como: ¿quién tiene derecho sobre...?, la paradoja habría sido más fácil de resolver desde planteamientos puramente jurídicos, pero esta ya no es la paradoja que me interesa plantear.
Lo realmente paradójico es que parece que algunos planteamos constantemente el debate sobre términos equivocados, y nos centramos exclusivamente en quién puede decidir sobre algo sobre lo que en realidad no se puede decidir nada.
Para entender esta paradoja final, y simplificando todo lo que soy capaz, deberíamos entonces centrarnos en el proceso de morirse, cómo nos morimos y quien puede o debe intervenir y/o alterar ese proceso.
En este acto final intervienen los siguientes actores, con sus paradojas personalizadas para la ocasión (por orden de aparición):
1. Los médicos: “No existe ninguna razón ética o médica para que los médicos no se abstengan de evitar una muerte cuando es oportuna e incluso benéfica para el enfermo terminal y su familia. El juramento hipocrático sólo les obliga a no permitir los decesos previsibles”. Su paradoja es la más simple de entender, aquí no pintan gran cosa, ya que aunque por Ley pueden verse obligados a no permitir muertes prevenibles, pueden hacer cualquier cosa según lo que les manden otros.
2. El Estado: Me abstengo de comentar más que lo imprescindible su paradoja por obvia, ya consiste en que más allá de sus obligaciones legales, cualquier advenedizo temporalmente abducido puede decidir sobre si te mantiene vivo o no atendiendo a criterios de ideología, interés social, político, moral ...., depende de quien gobierne en el momento que necesites (o no) morir o dejar de sufrir, podrás hacerlo (o no), es una simple cuestión de oportunidad política (uhh, ¡qué escalofrío!, por un momento casi me olvido que estamos tratando de vidas humanas .....)
2 . La Iglesia Católica: Es quién más fácil lo tiene para defender su posición, que es consecuente y muy respetable, y de la que no seré yo quién discuta. Pero personalmente me resulta paradójico cómo el interés que muestran por la aplicación y utilización de la tecnología y los avances médicos más recientes necesarios para mantener con vida a quien agoniza, no sea el mismo con el que niegan para otros seres humanos que también los necesitarían para no perderla, o para nacer o vivir con salud (y dignidad).
3. El enfermo: La cruel paradoja del enfermo, es que, siendo el interesado principal, seguramente no tiene oportunidad de expresarse, y si la tiene no le valdrá de nada: seguramente entre todos decidiremos por él....
Si ello es posible, yo solo pediría un favor personal: que si un día me muero (o estoy en ello), nadie reclame nada ni en nombre de la diginidad humana ni el mío propio: seguiré manteniendo mi relación de convivencia ilegal con ella...
PARADOJAS E IDEAS RAPIDAS SOBRE LA MUERTE:
Mi natural curiosidad sobre la muerte nace desde que tengo conciencia adulta sobre la vida: ella y yo hemos convivido amancebada y civilizadamente como pareja de hecho.
Primera paradoja: La importancia de la muerte.
Podríamos caer en el error de centrar nuestra atención únicamente en la importancia de la vida, pensando por ello que la importancia de la muerte no es un aspecto relevante a tener en cuenta, simplemente porque sea un hecho indudable: debes saberlo ya, te vas a morir seguro.
Creo que es justamente al revés: al margen de otras consideraciones de tipo demográfico, que por obvias no vienen al caso y sobre las que en otro contexto me encantaría hacer comentarios más irónicos, el valor de nuestra vida está exclusivamente condicionado por el carácter limitado que la muerte le confiere. Y cuando he dicho “exclusivamente” no he pretendido deliberadamente encender polémicas de carácter ideológico o religioso, pero ya que lo he dicho, aprovecho para reafirmarme en mi posición: nuestra única certeza es que tenemos un tiempo LIMITADO para VIVIR, esto es, y según reza el manual de instrucciones que nos dan al nacer, para ser feliz y hacer felices a los demás.
Y es importante tener presente este condicionamiento temporal para ser plenamente conscientes de ello, e intentar conseguir la finalidad vital con la que nos traen de fábrica al mundo sin dejarlo para otro día (esto es IMPORTANTE: recuerda que a lo mejor no hay otro día, por que te puedes morir, y como más adelante explicaré, sobre esto no tenemos –todavía- el control). Lo que no es seguro es si después de morir habrá una prórroga para forzar el desempate: si es así, pues mejor para todos (aquí debería decir que sobre todo para algunos, pero no lo voy a hacer). Pero esto, desgraciadamente, no es aún una certeza para mí.
Segunda paradoja: El miedo a hablar sobre la muerte.
Parece claro que hablar de la muerte es un tabú. No estoy seguro de sea así solo por el dolor que nos produce cuando afecta a seres queridos o incluso anónimos, y por lo tanto por nuestra tendencia natural a evitarlo, o por nuestra aprensión y resistencia a querer morir. Creo que podría tener algo más que ver con la impotencia que nos produce no poder controlar la muerte: vivimos en una sociedad tecnológicamente tan avanzada, que nos hemos acostumbrado a tener el control total sobre nuestras vidas, salvo en un detallito: que te vas a morir, y esto, amigo, aún no lo puedes controlar (como hemos visto recientemente en Italia algunos pueden esforzarse para intentar influir en el cuándo y en el cómo te mueres, y aún siendo esto relevante, también es circunstancial: igualmente te morirás).
Tercera paradoja: La muerte no es rentable.
Siendo como es el de las funerarias, tanatorios, cementerios,... etc., un sector de actividad con perspectivas de negocio de naturaleza más bien estable (....), y dado que nuestra sociedad actual está claramente orientada y/o dirigida casi exclusivamente hacia opciones de ocio, esparcimiento y bienestar prioritariamente consumista, resulta paradójico observar que eludamos colectivamente hablar sobre la muerte, como para no estropear la rentabilidad de lo que, sin embargo, nos podría llevar a la ruina a todos: vale, no estropeemos la fiesta, que la rueda tiene que seguir girando.
Cuarta y última paradoja: Las paradojas personalizadas.
Si hubiera planteado esta última paradoja en otros términos, tales como: ¿quién tiene derecho sobre...?, la paradoja habría sido más fácil de resolver desde planteamientos puramente jurídicos, pero esta no es la paradoja que más me interesa comentar.
Lo realmente paradójico es que parece que algunos planteamos constantemente el debate sobre términos que considero secundarios, centrándonos casi exclusivamente en quienes pueden decidir sobre algo de lo que en realidad no se puede decidir nada.
Para entender esta paradoja final, y simplificando todo lo que soy capaz, deberíamos entonces centrarnos en el proceso de morirse, cómo nos morimos y quienes pueden o deben intervenir y/o alterar ese proceso.
En este acto final de la obra intervienen los siguientes actores, con sus paradojas personalizadas para la ocasión (por orden de aparición):
1. Los médicos: “No existe ninguna razón ética o médica para que los médicos no se abstengan de evitar una muerte cuando es oportuna e incluso benéfica para el enfermo terminal y su familia. El juramento hipocrático sólo les obliga a no permitir los decesos previsibles”. Su paradoja es la más simple de entender, aquí no pintan gran cosa, ya que aunque por Ley pueden verse obligados a no permitir muertes prevenibles, pueden hacer cualquier cosa según lo que les manden otros.
2. El Estado: Me abstengo de comentar más que lo imprescindible su paradoja por obvia, ya consiste en que más allá de sus obligaciones legales, cualquier advenedizo temporal o indefinidamente abducido puede decidir sobre si te mantiene vivo o no atendiendo a criterios de ideología, interés social, política, moral ...., depende de quién gobierne en el momento que necesites (o no) morir o dejar de sufrir, podrás hacerlo (o no), es una cuestión de oportunidad política (uhh, ¡qué escalofrío!, por un momento casi me olvido que estamos hablando de vidas humanas .....)
2 . La Iglesia Católica: Es quién más fácil lo tiene para defender su posición, que es consecuente y muy respetable, y sobre la que no seré yo quién discuta. Pero personalmente me resulta paradójico cómo el interés que muestran por la aplicación y utilización de la tecnología y los avances médicos más recientes necesarios para mantener con vida a quien agoniza, no sea el mismo con el que la niegan para otros seres humanos que también los necesitarían para no perderla, o para nacer o vivir con salud (y dignidad).
3. El enfermo: La cruel paradoja del enfermo, es que, siendo el interesado principal, seguramente no tiene oportunidad de expresarse, y si la tiene no le valdrá de nada: seguramente entre todos decidiremos por él....
Si ello es posible, yo solo pediría un favor personal: que si un día me muero (o estoy en ello), nadie reclame nada ni nombre de la dignidad humana ni en el mío: seguiré manteniendo una relación de convivencia ilegal con ella ...
Siempre he tenido envidia de las personas que con una simple hoja en blanco y un carboncillo son capaces de contarnos una historia y que nos haga protagonistas de ella, una reflexión y que nosotros reflexiones gracias a él.
Todas las noches estaré esperando tus reflexiones y disfrutaré con tus comentarios, gracias.
Como en todas las situaciones de la vida, deberíamos preguntarnos ¿Y si Eluana fuera yo, que me gustaría que pasara? ¿Y si los padres de Eulana fuéramos nosotros que decisión tomaríamos?
Tomar decisiones por los demás es la parte más sencilla.
Nunca acabo de tener una opinión definida sobre este asunto, porque soy creyente y respeto la vida humana, pero sé que si estuviera en mí la decisión de dejar morir a un ser querido para que no continúe así, lo haría.
Me ha gustado mucho. Buena suerte Omnia Possum. Marc
Tengo motivos para decir que si tuviera que hacerlo, lo haría. Nada peor que estar muerta en vida. J.Leo-
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